miércoles, 8 de octubre de 2008

Mi último primer día

6:30 de la mañana. Suena el despertador. Apenas he dormido, me acosté tarde y conseguí dormirme aún más tarde. Noche corta y sin sueños. Como siempre, hubiera preferido robarle unos minutos más al día pero tienes que levantarte, por lo menos pienso que el café está hecho y sólo tengo que calentarlo. Se hace tarde.

Salgo de casa a las 7:30. Gracias a un semáforo que en el momento preciso cambia de color y obliga a detener el autobús, consigo llegar a la parada a tiempo y montarme sin tener que aligerar el paso los últimos metros. Pienso en las veces que me ha ayudado ese semáforo.
Aprovecho otro semáforo para encender mi ipod y escapar un poco del mundo. Como todos los principios de curso, el autobús está lleno y la única solución es ir de pie e intentar mantener el poco equilibrio que tienes a esas horas de la mañana, aferrada con una mano a la barra mientras sujetas la carpeta con la otra. No he tenido tiempo de elegir canción, suena Take the box, de Amy Winehouse, perfecta. Durante el trayecto me dedico a mirar a la gente. La mayoría están ausentes, quien ha conseguido sentarse tiene pestañeos lentos, intentando disimular los minutos de sueños que han sido robados. Detrás mía una tipa, casi adolescente diría yo, sería de primer año, porque no paraba de hablar con otra de no se qué fiesta de enfermería que había esa noche. Debido a mi estado de ánimo en estos últimos días y a mi falta de horas de sueño, me entraron ganas de volverme y decirle que me importaba una mierda su fiesta y que hablara un poco más bajito, y de paso aconsejarle que no se echara tanta colonia por la mañana, pero preferí callarme y optar por subir el volumen de mi ipod, aunque no me gusta escucharlo excesivamente alto ese momento lo requería. Delante estaba un muchacho, bueno... mejor dicho... una sudadera que sospechaba que había sufrido un mal secado, incluso llegué a pensar que debido a un despiste, aquel muchachín se había vestido esa mañana con el albornoz mojado debajo. No hablaba, pero se movía mucho, y teniendo en cuenta el poco espacio vital del que disfrutábamos cada pasajero de ese autobús, cada vez que sufría un espasmo y se movía, su sudadera bienoliente me rozaba la naricilla, por lo que durante todo el trayecto disfruté de una agradable toalla mojá frente a mi cara. Llegué incluso a agradecer el olor de la chica de atrás que había gastado esa mañana una muestra entera de colonia de Marionnaud.

Parada de económicas. 7:55. Hora de abandonar el autobús, lleno de gente y desorden. Aprovecho esos cinco minutos para fumarme el primer cigarro del día. El modo shuffle del ipod me sorprende con Alone in Kyoto, de Air. Desconocía que tuviera esa canción. Me gustó escucharla antes de entrar en la facultad.

Contabilidad pública. Profesor con bata blanca, me hace dudar si estoy en económicas o sigo en química. Hora larga, clase aburrida. A las 9:00 termina mi jornada universitaria, hasta el jueves no tengo más clases. Una de las ventajas de que te queden sólo cuatro asignaturas es que apereces poco por la universidad. Después del segundo café (este de máquina) y también segundo cigarro matinal, me entro en la biblioteca, prácticamente vacía en esta época, donde reconozco que aprovecho bastante las poco más de dos horas que estoy en ella, consiguiendo que la concentración invadiera mi masa cerebral durante ese tiempo. A las 12:00 decido irme en busca de una sonrisa que me arregle el día, al que todavía le quedan bastantes horas para acabar. Día nublado, gris oscuro.

Primera mañana en la facultad. Pocas caras conocidas. Vuelta a la rutina. Espero que este sí sea mi último primer día.


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