“Quiero contar una cosa que siempre tengo la sensación de que se pierde. He dado muchos conciertos presentando así una canción. Lo que quiero contar es una mezcla entre lo que uno toma prestado, lo que uno roba y lo que uno añade. Todo a favor del espectáculo, claro. Es decir, yo tengo una canción que se llama “Ruido” que siempre presento con un chiste de Woody Allen que nadie sabe que es de Woody Allen: “Mis padres vivían encima de una discoteca y todas las noches se quejaban los de la discoteca.” Esa es mi segunda presentación favorita. La primera está robada de Bernard Shaw, y empieza así: “George Bernard Shaw… Sí, el de ‘Pigmalión’, el de ‘My Fair Lady’… No, no se sientan ustedes inferiores por no haberlo leído, porque yo voy a contar una anécdota pero tampoco lo he leído…” y cuento una anécdota real, o que al menos él aseguraba que lo era: estaba George cenando con una marquesa, en una cena de la alta sociedad victoriana, y le preguntó: “Milady –estaban haciendo bromas de sociedad- , ¿se acostaría usted con alguien por diez millones de dólares?”, y milady contestó: “Por diez millones de dólares me lo pensaría seriamente.” Entonces Bernard Shaw añadió en el acto: “Le doy dos dólares.” La marquesa, escandalizada, gritó: “¡Por quién me toma!”, y Bernard Shaw sentenció: “Eso ya ha quedado claro. Ahora vamos a discutir el precio.” Bueno, pues después de eso yo digo –porque ahí no ha acabado la presentación de mi canción-: “El otro día fui con mi amiga Maite a ver la película de Robert Redford ‘Una proposición indecente’, y nada más salir del cine le pregunté: “Oye, Maite, ¿tú te acostarías con Robert Redford por un millón de dólares?”, y mi amiga Maite me respondió: “Si los tuviera…”, y a continuación comenzaba la canción, que ya no recuerdo cuál es… Por cierto, ya sabes que la canción “Ruido” está dedicada al padre de Cristina. Cuando conocí a Cristina, sus padres ya estaban separados. Conocí mucho a su madre, que era una señora mayor muy guapa, muy frivolota, gastona, divertida y muy tramposa. También conocí a su padre, que era un señor más bien oculto. La madre, de algún modo, se las había apañado para que los hijos le tuvieran miedo al padre. Los hijos decían que el padre era alcohólico, pero estuve tres veces con él y yo bebía bastante más. Además, el padre me echó un piropo estupendo: “Tú sabes beber”, me dijo. Bueno, el caso es que a mí me gustaba el padre. Eso no quiere decir que no me gustara la madre, pero me gustaba el padre. Como yo estoy tan destradicionado siempre trato de crear tradiciones, y había una con Cristina y su familia: todas las noches viejas yo me iba a un hotel de Palma de Mallorca e invitaba a toda la familia y cenábamos, bailábamos, nos poníamos narices de payaso, nos tirábamos confeti y hacíamos el ridículo sin mucho entusiasmo. Así que un año le propuse a Cristina que invitáramos también a su padre, y aunque ella al principio me dijo que me había vuelto loco, que si iba su madre él no iría, cuando llamé al padre aceptó. Y de ahí saltamos inmediatamente al desenlace. El desenlace es que mi pobre ex suegro sólo salió una vez en el periódico. Había empezado a correr y a nadar en la playa y se sentía feliz. Había resucitado y superado el problema del divorcio, y una mañana apareció como un cadáver no identificado en la playa. Se ahogó. Y luego pasaron cosas muy divertidas que te voy a contar. Fuimos al entierro y entonces la familia estaba dividida, porque unos querían enterrarlo y otros, incinerarlo, y él no había dejado muy claro lo que quería. El caso es que se hizo ¡mitad y mitad! ¿Que si enterraron la mitad inferior o la superior? Es una muy buena pregunta, pero lo único que sé es que se enterró la mitad. Y la otra mitad, lo creas o no, como no sabíamos qué hacer con las cenizas, nos las llevamos Cristina y yo a mi casa de Madrid en una cajita. Las cenizas estuvieron en esa cajita dos o tres meses… Resulta que el padre de Cristina había sido muy fan de las rancheras, y yo quería muchísimo a Cristina y sentía un gran respeto por las cenizas de la mitad de mi suegro. Así que algunas noches –por lo menos dos, para no exagerar- en que volvimos a casa sobre las seis de la mañana, yo, muy borracho- porque aquello coincidió con una época en la que me emborrachaba mucho- cogía una guitarra, ponía las cenizas de la mitad de mi suegro delante de mí y le cantaba “Pero sigo siendo el rey” emocionadamente… Un día decidimos que había que hacer algo con las cenizas y fuimos a Mallorca a tirarlas al mar, a lo Sara Montiel y Pepe Tous. Entonces el padre, a título póstumo, me deslumbró aún más. Porque cuando volvíamos de tirar las cenizas al mar, la hermana de Cristina nos puso una cinta casete que había encontrado de cuando Cristina tenía unos seis años. En ella, una de las niñas, no sé si Cristina o una hermana, dijo “la criada”, y al padre, que se había educado en una inclusa y que era expósito, se le oye protestar en ese momento: “¡Cómo que la criada! Esta señora es un ser humano igual que vosotras” Te estoy hablando de hace treinta o cuarenta años… Por eso le dediqué “Ruido”. Y entre él y su señora había, sí, muchísimo ruido.”
"Sabina en carne viva"
Joaquín Sabina / Javier Menéndez Flores
No hay comentarios:
Publicar un comentario