jueves, 12 de agosto de 2010

dear sally...



Mis amigas fueron la razón por la que una noche abrí por primera vez Los hombres que no amaban a las mujeres. Empecé la saga Millenium por curiosidad, "si tanto se habla de estos libros por algo será"... Cuando aún no había acabado el primero, ya pensaba en tatuarme una avispa en el cuello, cortarme el pelo a cepillo, hacerme otro piercing y comprarme una pistola eléctrica. Al terminar el tercero, me imagino alquilando una habitación en Lundagatan, paseando por Gosseberga o Uppsala y veraneando en Heddeby. En otras palabras... qué narices tiene esa Lisbeth Salander que te engancha tanto? en realidad no lo se... Creo que de ella pueda decirse lo mismo que se decía de Amelie: elle va te changer la vie. Y es que quizás todos alguna vez hemos soñado con una cerilla y un bidón de gasolina, con decir lo que piensas sin pensar lo que dices, con vivir tu vida y que te dejen vivirla...

Es curioso, desde que terminé el último libro te echo de menos, Lisbeth Salander de los cojones...

Me voy a preparar un café y unos sandwiches mientras carga el Asphysia...

"La llamativa ausencia de compromiso emocional de la chica no era lo que más le molestaba. En el mundo empresarial la imagen resultaba fundamental y su empresa representaba una estabilidad conservadora. Ella encajaba en esa imagen tanto como una excavadora en un salón náutico. Le costaba hacerse a la idea de que su investigadora estrella fuera una chica pálida de una delgadez anoréxica, pelo cortado al cepillo y piercings en la nariz y en las cejas. En el cuello llevaba tatuada una abeja de dos centímetros de largo. También se había hecho dos brazaletes: uno en el bíceps izquierdo y otro en un tobillo. Además, al verla en camiseta de tirantes, había podido apreciar que en el homóplato lucía un gran tatuaje con la figura de un dragón. Era pelirroja, pero se había teñido de negro azabache. Solía dar la impresión de que se acababa de levantar tras una semana de orgía con una banda de heavy metal. En realidad, no tenía problemas de anorexia; de eso estaba convencido. Al contrario: parecía consumir toda la comudia basura imaginable. Simplemente había nacido delgada, con una delicada estructura ósea que le daban un aspecto de niña esbelta de manos finas, tobillos delgados y unos pechos que apenas se adivinaban bajo su ropa. Tenía venticuatro años, pero aparentaba catorce. Una boca ancha, una nariz pequeña y unos prominentes pómulos le daban cierto aire oriental. Sus movimientos eran rápidos y parecidos a los de una araña; cuando trabajaba en el ordenador, sus dedos volaban sobre el teclado. Su cuerpo no era el más indicado para triunfar en los desfiles de moda, pero, bien maquillada, un primer plano de su cara podría haberse colado en cualquier anuncio publicitario. Con el maquillaje - a veces solía llevar, para más inri, un repulsivo carmín negro-, los tatuajes, los piercings en la nariz y en las cejas resultaba... humm... atractiva, de una manera absolutamente incomprensible."

...aquella chica apenas reía

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